Staropramen

En la antigua Roma, las tabernas eran aquellos establecimientos con puertas abiertas a la calle y que estaban instalados en una ‘ínsula’, es decir, en una manzana de casas que formaban las cuadriculadas urbes de las que salían las legiones a la conquista del mundo conocido.

Los romanos, que inventaron casi todo, también denominaron como ‘thermopolium’ a las tabernas en las que se podía consumir bebidas y comidas calientes. Fuera por la influencia romana o no, lo cierto es que muchas ciudades, con Madrid a la cabeza, siempre fueron buen lugar para abrir una taberna. Si ‘ponemos que hablamos de Madrid’, las calles de la Villa se poblaron de ellas en los tiempos que los Tercios campaban a sus anchas por Europa, en el siglo XVI.

Tabernas, mesones y bodegas ocuparon arrabales y caminos de acceso a las ciudades, eran lugares de paso, transitados por viajantes, comerciantes, buhoneros, tratantes de ganado, campesinos y gentes de mal vivir que tenían en ellas un lugar de descanso y donde echar un trago. Espacios donde sólo se bebía vino elaborado ‘intramuros’, es decir, el que producían los propios habitantes de la ciudad y donde el consumo de bebida de fuera de la zona de influencia de la ciudad no estaba permitido o era gravado con la imposición de impuestos.

Tirando un poco del hilo, podemos considerar a los modernos Tap Room como los herederos directos de aquellas prehistóricas tabernas que tanto sirvieron de inspiración a los escritores del Siglo de Oro. Según una ‘definición americana’, un Tap Room es un “establecimiento donde las bebidas alcohólicas son servidas sobre un ‘counter'»(mostrador)», un modelo de negocio muy común en Estados Unidos y países de influencia anglosajona que ha llegado al movimiento de la cerveza artesana en España con fuerza y particularidades propias.

Las fábricas de cerveza artesana están apostando desde hace tiempo por abrir Tap Room en sus propias factorías. Es una vocación con un objetivo. No es otro que seguir avanzando en la política de transparencia y puertas abiertas que muchas cerveceras han asumido como una de sus señas de identidad más características. El Tap Room permite consumir la cerveza fresca, en su propio lugar de elaboración. La idea no es otra que ‘invitar’ al consumidor a visitar la fábrica, conocer de primera mano el proceso de elaboración, la forma de fabricar y entender el mundo de la cerveza artesana. Abrir ventanas, contar lo que se hace y cómo se hace en el interior de las fábricas y, además, como si de una antigua taberna romana a pie de ínsula se tratara, abrir una puerta a aquel que se acerca hasta la factoría para que pueda consumir la cerveza artesana que allí mismo se produce. Un Tap Room ocupa el eslabón final de la cadena que comienza con la entrada en la fábrica de los ingredientes con los que se elabora la cerveza.

Consumir cerveza en el mismo espacio donde se ha elaborado con mimo y pasión durante semanas. Esa es la esencia final del Tap Room. Mostrar, enseñar, estar pegado al proceso de elaboración y disfrutar de la cerveza en estado puro. Consumo de proximidad, lo podríamos llamar. O Tap Room.

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